No pudo ser. La que debía haber sido su décima medalla paralímpica no llegará nunca a las vitrinas de Javier Conde. Y no porque no lo deseara ni trabajara para ello. No porque no lo mereciera, ni porque hubiera sido injusto alcanzarla: sino simplemente porque en la carrera de hoy, 10 de los que salieron a disputarla han resultado ser mejores que él. No extraordinariamente mejores. Sólo lo suficiente como para que el que fuera dos veces campeón paralímpico de maratón, viera pasar delante de él a algunos de los que en su día él vio debutar y a una nueva generación de maratonianos que han presentado sus credenciales en el exigente recorrido por Beijing.

Todos sabemos que el maratón es la prueba olímpica más exigente de cuantas se disputan. En los algo más de 42 kilómetros de que consta, no hay nadie que pueda asegurar como terminará la prueba. Y de hecho lo más difícil es eso: terminarla. Cuando Conde salió de la Plaza de Tiananmen allá para las 7,30 de la mañana hora local, sabía que tenía ante él algo más que un reto: tenía una cita con una trayectoria difícilmente repetible que le obligaba como tantas otras veces a disputar la prueba; a llegar y buscar la recompensa del podium. Pasara lo que pasara, sufriera lo que sufriera, en su genética está el competir y tenía que hacerlo. Y en la maratón, insisto, el primero de los triunfos es el llegar.

El de Basauri había diseñado su participación en la prueba de manera concienzuda; sabía que su cadencia actual no le iba a permitir hacer lo que otrora era marca de la casa: romper la carrera cuando consideraba adecuado imponiendo el ritmo que sólo él podía resistir. En esta ocasión, sabía que había gente con piernas más frescas que él y que no podía ni debía situarse al frente del grupo. Sus opciones pasaban porque precisamente la dureza de la carrera, lo exigente de un circuito en falso llano, el calor y la humedad de Beijing, todo ello junto podía hacer cometer errores a todos los demás y con ello ir cayendo uno a uno en la propia lógica de la maratón.

“Hace diez días estaba convencido de que iba a hacer un carretón, pero luego lo cierto es que me he ido apagando”, nos comentaba minutos después de terminar la carrera, sin ánimo de buscar excusas ni justificaciones, sabedor de que toda la estrategia se le había venido abajo, porque precisamente sus rivales no se desgastaron todo lo que él necesitaba. Ni el mexicano Santillán o Meza, ni los brasileños Sena o Bonfim, ni el italiano Endrizzi dudaron lo suficiente como para tener que buscar el consuelo de las cuerdas y cada uno a su ritmo, pero todos en mejor tono que el bizkaino, fueron acercándose al Estadio Nacional en los tiempos que su fuerzas les permitían. Javier, que había empezado a un ritmo de 3:38 el kilómetro se mantuvo en esos registros hasta el kilómetro 26, pero entonces se dio cuenta de que sus caderas ya no tiraban de él, que sus piernas pedían relajación, que sus pulmones necesitaban aire mas puro. Fue entonces, consciente de que la más duras de las pruebas reserva siempre el premio, cuando tiró de corazón para seguir luchando, ahora ya no por un oro, una plata o un bronce, sino para hacer honor a su currículum de deportista de los de verdad. Tal vez otro hubiera decidido buscar excusas para un abandono que no marcara su historia, pero él no dudó en seguir moviendo sus piernas. Cogió casi de la camilla a su compañero José Castilla y entre los dos se conjuraron para derrotar, no ya a sus rivales, sino a la propia carrera en sí. Durante más de 15 kilómetros fueron comprobando como miles de beijineses se habían situado en los márgenes de la línea azul que señala la carrera y como les alentaban metro a metro a llegar. Y los dos llegaron al estadio, Castilla un poco antes y con clara voluntad de esperarle para hacer los últimos metros juntos. Luego, Javier, que había cogido de la mano de un espectador una pequeña bandera china, la sacó exhibiéndola y aplaundiendo ante el delirio de los más de 30.000 espectadores que se habían congregado sólo para ver llegar esta prueba. “Cuando ganaba me gustaba agradecer al público su apoyo, hoy que no lo he hecho, quería hacer lo mismo”. Luego, a pocos metros de la meta, la compartió con el catalán y juntos cruzaron la misma. Antes, en posiciones de podium, lo hicieron el mejicano Mario Santillán, -que a sus 27 años ha batido el record del mundo que poseía Conde dejándolo en 2:27:04-, el brasileño Tito Sena –que llegó a 3:45- y el italiano Walter Endrizzi –a 5:47.

Así, con la misma grandeza que disfrutó de sus victorias, Conde ha puesto punto final a su vida paralímpica. Una vida para la que nació en la Barcelona del 92 , que le encumbró con sus 4 medallas de oro. Una vida que tuvo continuidad en Atlanta con otros dos oros como rédito, que siguió en Sydney con dos medallas más, que continuó en Atenas con un nuevo metal y que ha culminado en Beijing si no de la mejor manera posible, si de la más digna: venciendo a la propia maratón.

Con esta lección termina también la participación vasca en unos Juegos que le han deparado grandes éxitos: los 10 medallistas que volverán a Euskadi en las próximas horas demuestran que el nivel de nuestro deporte adaptado sigue siendo alto y que se cuenta con una elite que está en lo más alto de los rankings internacionales.

TXEMA ALONSO
FUNDACION SAIATU