Ya había anunciado en la serie matinal que venía a los Juegos con la intención de subirse a lo mas alto del pódium. Con un dominio importante sobre sus rivales -les sacó algo más un segundo a su más inmediato rival- se hizo con el privilegio de nadar en la final por la calle 4, la reservada al mejor entre los mejores en las previas. Y cuando a las 17:59 se lanzó a la pileta de La Defense, lo hizo con la convicción de que esta vez sí, el trabajo de media vida iba a tener la recompensa que iba persiguiendo desde que empezó a competir. Ya sabía lo que era subirse a un pódium paralímpico, porque lo hizo en Tokyo en el segundo cajón, y sabía lo que era proclamarse campeón del mundo, pero todavía no había degustado el saberse el numero uno en la competición por excelencia en el mundo del deporte adaptado.

Su lanzarse a la pileta lo fue con un gesto de ambición, pero también de tranquilidad. Sabía que tras los primeros metros en los que sus máximos rivales, el japones Kubota y el israelí Malyar, podían debatirle el triunfo, si conseguía ponerse en el ritmo previsto, su primer puesto no tendría cuestión. Y así fue, necesitó casi 50 metros para liderar la prueba, pero en el giro ya estaba en cabeza -eso sí, por tan sólo 6 centésimas. Desde ahí, hasta el final, Iñigo dio muestras de poderío, aumentando a cada brazada el rédito de tiempo con sus rivales hasta llegar 1 segundo y 43 décimas antes que lo hiciera el nipón. Y con un tiempo 1:05:58 firmaba la supremacía mundial en esta su especialidad y alcanzaba el oro en el olimpo parisino.